Lumba Sumba – Makalu Base Camp

Lumba Sumba – Makalu Base Camp

Kora Expedition: Tras las huellas del Lumba Sumba hasta el Makalu Base Camp

Después de dos días saltando baches y derrumbes por las carreteras castigadas de Nepal, nuestro grupo —José Ramón, Miguel Ángel, Javier, Pilar, Carles, Mónica, Xavier, Merce, Paco, Izabela, Tomeu y Luis— junto a nuestros compañeros nepalíes Pasang, Garchung, Ritchem, Prody K y Karki, iniciamos una travesía que sabíamos exigente y profundamente hermosa: el cruce del Lumba Sumba hasta el Makalu Base Camp. Lo que comenzó como una aventura se transformó pronto en una experiencia que nos marcó a todos.

El primer tramo fue un despertar a la realidad de un Nepal salvaje y auténtico. Caminamos entre una vegetación densa, una humedad que empapaba hasta el alma y un silencio solo roto por el rumor del río Tamor. Las lluvias recientes habían dejado los caminos maltrechos y las sanguijuelas parecían esperarnos en cada hierba. A veces dormíamos donde podíamos: el jardín de una familia nepalí, una pista de tierra, una pequeña explanada junto al río. No sabíamos dónde terminaría el día, y en esa incertidumbre encontramos la esencia de la aventura.

Los pueblos eran escasos y los rostros amables, sorprendidos al vernos. No encontramos turistas en muchos días; solo aldeanos que vivían en una quietud que parecía de otro tiempo. Al llegar a Olangchung Gola sentimos que habíamos retrocedido siglos. Sus casas de piedra, las banderas de oración ondeando al viento y el humo de las chimeneas componían una estampa que parecía sacada de un cuento antiguo. Visitamos el monasterio y jugamos con los niños, riendo con ellos sin necesidad de compartir idioma. Fue un respiro en medio del esfuerzo.

Desde allí continuamos ascendiendo siguiendo el curso del río, entre valles que cambiaban de color con cada rayo de sol. Las laderas parecían pintadas a mano y el aire, cada vez más frío, anunciaba que nos acercábamos a las grandes alturas. En Samjur, a más de cuatro mil metros, las noches ya eran heladas y el cielo un manto de estrellas. Pronto alcanzamos el campamento previo al Lumba Sumba Pass, un circo glaciar donde el silencio era total. Allí, a 4600 metros, supimos que al día siguiente tocaríamos el cielo.

El amanecer del paso fue uno de esos momentos que se graban para siempre. Subimos con nieve a nuestros pies y un sol tímido que empezaba a asomar. Cuando alcanzamos el collado, el mundo se abrió ante nosotros: al este, el Kanchenjunga; al oeste, el Makalu y el Everest, tres gigantes vigilando nuestro esfuerzo. El descenso fue largo y pesado, pero cada paso lo dábamos con el corazón lleno. Dormimos exhaustos, rodeados de montañas que parecían respirar con nosotros.

Los días siguientes nos llevaron por paisajes cambiantes: bosques, valles, pueblos que parecían salidos de otra época. En Thudam y Lingan volvimos a caminar entre junglas espesas, cruzando ríos, barro y escaleras sin fin. La niebla nos acompañó durante jornadas enteras, haciendo el camino más difícil pero también más misterioso. A veces, cuando el cansancio pesaba demasiado, bastaba levantar la vista y ver el Makalu al fondo, majestuoso, para recuperar las fuerzas. Dormir bajo la lluvia o en una cabaña de madera en mitad de la nada se convirtió en rutina, y cada amanecer era una nueva oportunidad para seguir avanzando.

Hubo días de sol radiante y noches de heladas que cubrían las tiendas de escarcha. Caminamos entre bosques de rododendros, cruzamos collados helados y subimos laderas interminables hasta alcanzar los 3900 metros de Molin Pokhari, un lago que nos regaló una de las noches más estrelladas del viaje. Desde allí, el Makalu ya se mostraba en toda su inmensidad, una muralla de más de 3000 metros de hielo y roca que imponía respeto y admiración a partes iguales.

Las etapas finales fueron duras, con fuertes desniveles y un frío constante, pero cada amanecer parecía premiar el esfuerzo. El 26 de octubre, a las dos de la mañana, comenzamos la última ascensión hacia el Makalu Base Camp. Caminamos bajo un cielo negro y estrellado, con los frontales iluminando el sendero. Durante horas avanzamos entre valles rodeados de montañas de más de 7000 metros, cruzando campamentos y ríos helados hasta que, finalmente, después de 15 horas de caminata, alcanzamos el Makalu BC, a 4840 metros. Fue un día interminable y mágico. Exhaustos, felices, con los ojos empañados por la emoción, nos abrazamos frente a la inmensa pared del Makalu. La montaña estaba ahí, silenciosa y eterna, testigo de nuestro esfuerzo.

El regreso fue lento y doloroso. Los pies machacados, las rodillas resentidas, pero el corazón en calma. Volvimos por senderos que ya conocíamos, cruzando collados y escaleras interminables, despidiéndonos poco a poco de las montañas que tanto nos habían dado. En Seduwa empezamos a ver de nuevo turistas, y en Num, al final del camino, nos esperaban los jeeps que nos llevarían a Tumlingtar. Subimos a ellos con una mezcla de alivio y nostalgia.

Habían sido veintidós días de auténtica montaña, más de doscientos kilómetros y catorce mil quinientos metros de desnivel positivo. Pero las cifras no cuentan la historia real. Lo que queda es la risa compartida en medio de la lluvia, el silencio bajo las estrellas, el té caliente en una casa ajena, el esfuerzo que une y la certeza de haber vivido algo irrepetible.

El trekking Lumba Sumba – Makalu Base Camp no es solo una ruta: es una lección de humildad ante la naturaleza, un viaje hacia lo más remoto del Himalaya y también hacia lo más profundo de uno mismo.

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