Trekking del Manaslu. La montaña del Alma.
Sería imposible condensar en un reportaje las palabras necesarias para transmitir el cúmulo de sensaciones, imágenes y sentimientos que produce un viaje de veinte días a Nepal. Y más aun si quince de esos días se dedican a hacer trekking alrededor de una de las montañas más altas del planeta: el Manaslu, la montaña del alma.
Imaginaros delante de un mapa del mundo. Ahora imaginad que podéis viajar a cualquier país del mapa… ¿dónde iríais? Una situación soñada por cualquier viajero que en mi caso se hizo realidad frente al gigante mapamundi que decora las oficinas de la agencia de viajes y expediciones Kora Trek. ¿Patagonia? ¿Jordania? ¿Pakistán? ¿India? Lo cierto es que todavía no sé la causa que me hizo no dudar ni un instante y elegir Nepal. Y eso que realmente no sabía mucho del país asiático, salvo que alberga ocho de las catorce montañas más altas del mundo; aunque probablemente fuesen las ganas de ver la cordillera más alta del planeta la que me hizo decidirme tan rápida e impulsivamente: Nepal.
El siguiente paso tampoco era fácil. ¿Qué lugar, recorrido y/o montañas de Nepal quería ver y recorrer? Seguramente nueve de cada diez montañeros que visitemos Nepal por primera vez coincidamos en la misma respuesta: ¡el trekking del Everest! Es algo irremediable: ya que viajamos tan lejos y ya que la vamos a tener tan cerca… ¿quién no querría aprovechar el viaje para poder admirar con sus propios ojos la montaña más alta del planeta? Diego, socio fundador de Kora , vino a cambiarme de idea con un argumento que me convenció: “Vas a venirte conmigo al trekking del Manaslu, mucho más desconocido, salvaje y auténtico”. Trato hecho.
Sucia, fea y caótica.
Todo viaje a Nepal comienza -y probablemente termine- en Katmandú. Una ciudad sucia, fea, caótica y contaminada… y que no tiene término medio. Mientras a algunos les disgusta enormemente, a otros nos atrae y nos fascina sin remedio. Katmandú es un caos urbano y humano que para el viajero que pisa sus calles por primera vez seguramente suponga una bofetada de autenticidad asiática ya desde el mismo momento en el que uno sale del aeropuerto. La excitación de llegar a un destino en el que todo es nuevo y desconocido a nuestro alrededor es suficiente como para olvidarse de todo el cansancio del viaje en avión y echarse a la calle para devorar con los ojos todo el paisaje urbano posible. Y en Katmandú basta con callejear aleatoriamente para dar de comer a toda esa excitación. A poco que caminemos por sus calles nos adentramos en un laberinto urbano y humano en el que se abrirá ante nosotros un crisol de gentes y actividades inagotable. Tiendas, puestos callejeros, vendedores ambulantes de todo tipo de comidas, porteadores de variadas mercancías, artesanos, rickshaws, niños corriendo y jugando, marejadas de gente hablando, negociando y gritando, perros callejeros, vacas tumbadas en medio de la calle… todo ello aderezado con la interminable sinfonía de bocinas y una variada gama de exóticos olores junto con el colorido innato en las culturas hinduistas y budistas. Por cierto, imperdonable no visitar (a ser posible al amanecer) cualquiera de los templos budistas más famosos de la ciudad: Swayambhu, Basantapur o Pashupatinath. ¡Bienvenidos a otro planeta! Visita también obligada es el turístico y colorido barrio de Thamel, en el que abundan las tiendas de montaña con material de primeras marcas (imitaciones de mediana calidad) a precios imbatibles; así como la mayoría de alojamientos y restaurantes, e interesantes librerías en los que comprar mapas o guías de viaje o trekking. Pero una vez que nos aventuremos a dejarnos llevar por cualquiera de los barrios de la ciudad, descubriremos que una jornada de trekking urbano en Katmandú puede ser más agotadora ¡que un día de trekking en altitud!
Punk is not dead… relax!
Si alguien me pregunta si en algún momento del viaje pasé miedo, la respuesta es clara: sí, pase miedo, tanto el viaje de ida como de vuelta en autobús… Para empezar los autobuses son auténticas obras de arte kitsch, con lemas incorporados que no os dejarán indiferentes: “No te rindas”, “El amor es vida, pero no tengo tiempo para el amor” o “El Punk no ha muerto, relax”, y otros lemas por el estilo. Además son más de cinco horas de viaje totalmente encajonados en vuestro asiento en un bus en el que los hermanos Marx podrían haber rodado su famosa escena del camarote. Las sinuosas carreteras suponen por sí mismas una aventura para cualquier conductor. Pero a esto hay que añadirle un firme que podríamos calificar de “irregular”, con un intenso tráfico compuesto por todo tipo de vehículos en todo tipo de condiciones (autobuses con gente en el techo, motocicletas con hasta cuatro pasajeros, peatones por doquier en las cunetas…) Y por último, la temeraria forma de conducir asiática, que hace que cada adelantamiento te veas a ti mismo rezando al dios del azar para que, por favor, no sea este el sitio ni el lugar en el que chocas frontalmente con otro vehículo y caes por un acantilado… ¿No viajamos en busca de aventuras? Independientemente de la tensión del trayecto, dejamos atrás la ciudad y nos adentramos en paisajes naturales con los que comienzas a oír los suspiros en tu interior: verdes valles recorridos por impresionantes ríos (recorridos por balsas de rafting), poblados y cultivos, verdes y frondosos bosques, y las primeras grandes montañas nevadas al fondo del paisaje que te ayudan a calibrar los impresionantes picachos por los que discurre la carretera. Para llegar hasta la localidad de Arughat, lugar donde empezaríamos a caminar, todavía nos faltaban tres horas de autobús por un camino de montaña que haría dar marcha atrás a conductores occidentales con potentes 4x4s. La pericia al volante del conductor, junto con la innegable robustez de los vehículos marca “TATA”, lograron que finalmente llegásemos sanos y salvos después de atravesar un puerto de montaña plagado de trampas con forma de baches, badenes y todo tipo de “accidentes” sobre el camino de tierra, barro e incluso agua. Una jornada apasionante (y dolorosa).
¡Sorpresa!
Una de las mayores sorpresas del viaje (y no fueron pocas) fue, sin duda, el paisaje durante los primeros días de trekking. Uno presupone en un viaje al Himalaya que el paisaje del que va a disfrutar es fundamentalmente montañoso, y que el tiempo va a ser más bien frío. Y así es. Pero ¡sorpresa! comienza el trekking y lo primero que ven los ojos sí que son montañas, pero más propias de un paisaje selvático que uno se imagina en destinos como Vietnam o Camboya. El color dominante es el verde, los cultivos que más se ven son de mijo y arroz (¡y cáñamo!, aunque este en estado salvaje) y la prenda de abrigo que más se usa es ¡una camiseta de manga corta! Hace calor, mucho calor, tanto que lo normal es mojarse la cabeza en cada fuente o arroyo por el que pasamos.
Good Morning Nepal!
¡Bueeeeeenos días Nepal! Con ese grito lanzado a los cuatro vientos por un madrugador compañero nos despertábamos a diario. Sin embargo, el sol es la manilla del reloj de un viaje de trekking en Nepal. Todos los días se sigue un horario fijo que acompaña al sol desde que sale hasta que se pone. Las jornadas comienzan a las 6 de la mañana con el “Wake Up Tea” (El té del despertar), que algún miembro del equipo de porteadores se encarga de traerte recién hecho hasta la tienda de campaña mientras te desea los buenos días. En media hora hay que tener la mochila y la bolsa de expedición listas antes de desayunar en la tienda, para que así los porteadores puedan salir con cierta ventaja y de esa manera llegar antes que nosotros al destino. Después de un buen desayuno, la jornada comienza entre las siete o las siete y media de la mañana. Entre cuatro y cinco horas de caminata después se hace una pausa para comer, de nuevo sentados y a mesa puesta en el lugar que el equipo de cocina ha considerado oportuno para poner la tienda y poder preparar la comida. Una hora después hay que ponerse en marcha y completar la jornada con un par de horas más de caminata perfectas para bajar la comida, seguir disfrutando de los paisajes, y llegar a tiempo para prepararlo todo en el campamento y poder relajarse durante otro par de horas antes de cenar a las seis o seis y media. ¿Hora de acostarse? Increíble, pero la mayoría de los días (si las cervezas no se alargan más de la cuenta) es entre las ocho y las nueve… ¡a veces incluso antes!
El paso himalayo
“Sube como un viejito para bajar como un jovenzuelo”. Un dicho que recordaba a menudo en las numerosas cuestas ascendentes y descendentes a las que te enfrentas en cada etapa, auténticos rompe piernas. O el “paso himalayo” que marcaba un experimentado compañero vitoriano, que básicamente consistía en tomárselo con calma reservando fuerzas, y de paso darle tiempo a los ojos a levantar la mirada para admirar el paisaje. Por cierto, el nivel de exigencia del camino normalmente impide hacer las dos cosas a la vez. Es un imperativo mirar por dónde pisas, aunque los paisajes que te rodean atraigan tu mirada constantemente. Según una guía de viajes inglesa sobre Nepal, cada vez es mayor el número de casos de gente que se apunta a trekkings de altura y se tiene que dar la vuelta agotada a los pocos días, o que precisa incluso de un helicóptero para poder ser rescatada. Si es así es básicamente por dos motivos: o se ha infravalorado el nivel físico y técnico necesario para completar el itinerario, o se ha supravalorado el nivel físico y técnico propio. En cuanto al itinerario la solución es fácil: informarse previamente. Y en cuanto al nivel propio la solución no es menos difícil, y pasa por cuestionarse unas cuantas preguntas antes de partir: ¿practico trekking habitualmente? ¿lo he practicado durante varios días seguidos alguna vez? ¿qué experiencia tengo en montaña? ¿he estado ya en cotas por encima de dos mil, tres mil o cuatro mil metros? Si somos sensatos y no nos engañamos con nuestro estado de forma, y escogemos un trekking acorde a ese estado de forma (número de días de trekking, desnivel acumulado, número de pasos de altura…) lo normal es que no haya problemas, a no ser que sean derivados por la altitud.
El mal de altura (y de bajura)
Cada año mueren de media tres personas por el mal de altura en Nepal. El primer cartel de aviso nos apareció en un poblado a 2.500 m, y enumeraba una serie de síntomas: dolor de cabeza, pérdida de apetito, nauseas, fatiga con esfuerzos mínimos, falta de coordinación… En caso de experimentar alguno de estos síntomas no se debe seguir ascendiendo, y si mantenerse a esa altitud o incluso descender. Si así logramos que los síntomas desaparezcan significa que el cuerpo se ha aclimatado y podemos seguir ascendiendo. Si los síntomas empeoran sólo se puede hacer algo: ¡descender, descender y descender! Lo cierto es que en el tema del mal de altura cada uno de nosotros somos un mundo y cada cuerpo se adapta mejor o peor, y muchas veces de manera independiente a nuestro estado de forma o incluso a nuestras experiencias previas. Aunque por norma general es más fácil que aclimate mejor alguien con más experiencias en alta montaña que alguien que no, alguien en buena forma que alguien que no, o incluso un no fumador que un fumador, lo cierto es que también puede pasar lo contrario. No hay reglas fijas, salvo una: aclimatar lo mejor posible. Es decir, subir de cotas de forma muy paulatina y guardar uno o varios días para descansar en cotas altas. En cualquier caso, hay que ser consciente de los límites del propio cuerpo, escucharle atentamente y sobre todo ¡no arriesgar! Mi experiencia personal fue curiosa en cuanto a que, aunque noté los síntomas levemente en los esfuerzos a partir de tres mil metros (sobre todo cierta fatiga y embotamiento mental), fue durante los periodos de reposo cuando peor lo pasé. Es más, por las noches se me hacía imposible conciliar el sueño durante más de diez minutos seguidos. Y claro, si duermes mal llevados por un arranque de efusividad… ¡Y las resacas sí que no perdonan en altura!
Master en 3 capas
Botas, pantalones, camisetas, forros, plumíferos, saco de dormir, gafas de sol, gorras, calcetines, prendas térmicas, gorros, paraguas… En la bolsa de expedición no puede faltar de nada. Y a lo largo del trekking las condiciones meteorológicas cambiarán tanto (incluso en la misma etapa) que es fácil terminar el viaje con un master en utilización de las tres capas. Ya sabéis: primera capa muy transpirable, segunda capa de protección contra el frío y tercera aislante de vientos y lluvias… En la práctica se aprende a combinarlas de distintas maneras, a tener siempre a mano recambios e incluso, a intuir qué momento es el mejor para cambiar de configuración de capas y, por supuesto, a usar y reusar las mismas prendas a lo largo de los días…. ¡No olvidéis el jabón! Por otro lado, no está de más llevar con nosotros regalos para los numerosos niños que nos encontraremos en el camino. Si ellos mismos se encargarán de pedirlos con curiosas combinaciones semánticas como Namasté chocolate o Namasté pen, la experiencia que hemos vivido con un compañero me permite asegurar que no hay mejor regalo que unos globos. Son baratos, no pesan en la mochila y se pueden repartir de forma generosa. Eso sí, preparaos para en ocasiones veros rodeados de muchos, pero que muchos niños diciendo: ¡Namaste balloon!
Las chicas de la cruz roja
Pero ¿dónde vas con ese pedazo de botiquín? Esa fue una frase que me dijo un compañero de trabajo antes de partir al ver el botiquín que llevaba: analgésicos, antinflamatorios, antibióticos, antigripales, sales, laxantes, antidiarreico, antihistamínico, diurético, inductor de sueño, protector estomacal, tiritas, desinfectante, polvos de talco… La verdad que para ser una persona que por norma general nunca toma medicamentos, hasta yo mismo me pregunté en algún momento si no me había pasado. Nada más lejos de la realidad. Hice uso de muchos de esos medicamentos, y cuando no era yo el que los necesitaba era un compañero. Lo que sí que ocurrió es que justo lo que más falta me hizo (una pomada antinflamatoria para las numerosas torceduras de tobillo que sufrí), justo, justo, ¡justo! fue lo que no me llevé. Por otro lado, y dado que no hay servicios médicos en las aldeas de zonas tan alejadas, en ocasiones serán las gentes de los pueblos los que acudan a nosotros en busca de remedios para sus males -como dolores de muelas- así como los propios porteadores con sus rozaduras, torceduras o picaduras de diversos insectos. Así, dos compañeras montaban por las tardes el “hospital de campaña” en la tienda comedor y hacían diversas curas a nuestros porteadores al más puro estilo “chicas de la Cruz Roja”.
El chef es el jefe
En nuestro grupo éramos 13 personas. Y para nosotros trabajaba un equipo de 27 personas que formaban el equipo de guías, porteadores y, por supuesto, cocineros. Una tarde, antes de cenar, le pedimos al “Sirdar” o jefe de equipo, que nos escribiese los nombres de todo el equipo de nepalíes que nos acompañaba y trabajaban para nosotros. En una hoja de un cuaderno escribió en escrupuloso orden jerárquico los nombres de todos. Para nuestra sorpresa, el primero en la lista, incluso por encima de él… ¡era el jefe de cocina! No es de extrañar cuando con el paso de las jornadas, te das cuenta del trabajo de intendencia que hace falta para transportar toda la comida y todos los utensilios de cocina, y para además servir cada comida en lugares bonitos y agradables para nosotros y a la vez cómodos para poder cocinar ellos. De hecho, en muchas ocasiones las necesidades del equipo de cocina pueden estar por encima de las del grupo, y no es raro alargar o acortar etapas en función de sus necesidades. Un detalle que se perdona cuando cada comida o cena era una auténtica fiesta alrededor de los platos con los que nos sorprendían: exquisitas y variadas sopas, guisos de verduras, ensaladas, arroces, legumbres… hasta aquí lo esperado. Pero no se pierdan las pizzas dignas de un restaurante italiano, las exquisitas tartas o ¡las tortillas de patata! Pronto descubrimos que Santa, el jefe de cocina, ha trabajado como cocinero en expediciones de muchos famosos alpinistas españoles.
Duros, orgullosos… y vulnerables
Los porteadores se merecen un reportaje para ellos solos. Lo primero que nos llamó la atención a todos los miembros del grupo fue la juventud de buena parte de ellos. Una juventud incluso “infantil” en algunos casos. Se hace muy duro ver cómo cada mañana unos chavales se hacen con más de 30 kilos a la espalda para recorrer la misma distancia, el mismo desnivel y por el mismo camino que tú (que sólo llevas unos cuantos kilos en tu mochila de ataque). Y además lo hacen con chanclas, un pantalón de chándal y una camiseta de algodón, y con ayuda del característico sistema de carga con cuerdas anudadas a la carga y apoyadas con una tela en la frente. Impresiona comprobar cómo a pesar de la dureza de su trabajo, llegan frescos y descansados al final de cada etapa, cómo juegan a voleibol o bailan en sus momentos de descanso, o incluso cómo los más niños son capaces de llegar al destino, dejar su carga y volver atrás en el camino para ayudar a los más mayores. Moralmente parece que no estamos preparados. Pero lo cierto es que es una profesión que les permite a muchos ganar más dinero (y aunque parezca mentira en mejores condiciones) que si hiciesen ese trabajo en Katmandú o para porteos entre pueblos de montaña. Son los porteadores, junto con las mulas y los yaks, los que nos permiten cargar con todo el material y la intendencia necesaria para un trekking tan largo, y no digamos una expedición de alta montaña. Por otro lado, los porteadores son cada vez más jóvenes por varios motivos. Y uno de los que más nos llamó la atención tiene que ver con uno de los vicios nacionales en Nepal: el juego. Al parecer, y a pesar de que el juego con apuestas es ilegal, es frecuente que algunos porteadores más maduros se gasten el jornal diario en apuestas entre ellos después de haberse bebido unas cervezas de más. Por último, pero no menos importante, y a pesar de que genéticamente puedan estar mejor preparados que nosotros para la altitud, los porteadores también son vulnerables al mal de altura y al sobre esfuerzo. Creo que ninguno de mis compañeros podrá olvidar la imagen de uno de nuestros muchachos sentado en una roca en medio de la morrena que ascendía al punto más alto de nuestro trekking, totalmente agotado y aterido de frío. Le abrigamos, le dimos comida y bebida, y continuó su camino. Pero otros a los que le pasa lo mismo, ahí se quedan, sentados hasta que el frío acaba con sus vidas.
La importancia de los detalles
A lo largo de los días el equipo de guías, porteadores y cocina te va dejando detalles en su forma de trabajar que impresionan. Impresiona verles trabajar en equipo, y comprobar cómo a la hora de arrimar el hombro a los jefes nunca se les caen los anillos si tienen que hacer tareas que supuestamente no les corresponden. Impresiona comprobar cómo están atentos al más mínimo detalle para que todo esté en su sitio, como pueden ser unas simples piquetas mal puestas o la configuración de las sillas en la tienda comedor. Impresiona su disposición a servirte en todo momento para que tu viaje sea lo más cómodo posible, pero además con actitud de agradecimiento constante y una sincera sonrisa en su rostro. Impresiona su gran amabilidad natural, y sus ganas de conocer más sobre ti y de que conozcas más sobre ellos. Impresiona su enorme generosidad y su atente humanidad. ¡Ah! E impresiona mucho encontrarte con que uno de los guías lleva una cantimplora de Oxígeno… ¿algún lector ahí fuera que se la ha dado?
Muñecas rusas
Valles, senderos, ríos, pueblos, paredes, bosques, puentes, picos, cascadas, montañas, glaciares… A lo largo de quince días de trekking los paisajes se suceden como si estuviésemos recorriendo un itinerario de muñecas rusas: cada paisaje lleva a otro, que lleva a otro, y este a otro, y a otro y a otro, y con cada uno una nueva emoción sacude tu alma… Primero de forma ascendente desde los 500 hasta los 5.000 metros, y luego descendente hasta que vuelves a bajar a cotas bajas. Así, en la medida que te adentras en el valle y vas ascendiendo lenta y progresivamente de cota, se suceden una gran variedad de paisajes que hacen que en muchas ocasiones te olvides del esfuerzo que vas realizando. No soy un gran descriptor de paisajes, prefiero que las fotos que acompañan este reportaje (y el vídeo que encontraréis en revistaoxigeno.es) hablen por sí mismas. Pero cuando me preguntan al respecto sólo me sale un argumento: en realidad, muchos de los paisajes que ves a lo largo del trekking te son muy familiares si has hecho montaña en la Península, Alpes y otras cordilleras. Hay paisajes que recuerdan a Chamonix o Dolomitas, otros a Pirineos o Picos de Europa, o incluso a Guadarrama… Pero sin duda, hay varios factores los diferencian: la sobrecogedora magnitud de todo lo que ves, el halo salvaje -sin colonizar por infraestructuras ni comodidades del mundo “moderno”- que los rodea y envuelve, los detalles culturales y religiosos que los adornan (templos, banderas y muros de oración) y, por supuesto las gentes que habitan en ellos. Pero a pesar de las fotos, a pesar de los vídeos, y a pesar de las palabras, hay determinadas imágenes y sensaciones que no se pueden trasmitir. Una idea que me rondaba a menudo al caer la noche en poblados perdidos en los que es fácil que te invada la sensación de estar en un lugar en el mundo en el que nada de lo que normalmente nos preocupa, tiene en realidad ninguna importancia.
La montaña del alma
El Manaslu. La montaña alrededor de la cual gira todo el viaje y todo el trekking. Un nombre que deriva del sánscrito de la palabra “Manasa”, que significa “alma”. Podemos decir por tanto que el Manaslu es “la montaña del alma”. Su nombre en tibetano es “Pung Gyen”, que es también el nombre del Dios tibetano que habita en ella. Sus 8.163 m fueron ascendidos por primera vez el 9 de mayo de 1956 por el japonés Toshio Imanishi y su sirdar Gyaltsen Norbu. Curiosamente en 1954 otra expedición japonesa fue expulsada violentamente por los habitantes del valle que les responsabilizaban de una enorme avalancha que destruyo el monasterio y mató a 28 personas, al haber enfadado a los dioses habiendo intentado ascender a su morada. Aunque son varios los puntos del trekking en los que se disfruta de su vista, es sin duda desde el pueblo de Sama desde dónde se aprecia desde la perspectiva más bonita y espectacular, sobre todo perfilada por las luces del amanecer que colorean su cima de tonos rosas y naranjas. Si además aprovechamos la jornada para acceder al lago “Birendra Tal”, además de aclimatar en una jornada de descanso perfecta, completaremos la espectacular vista a la octava montaña más alta del planeta con dos enormes glaciares descendiendo hasta nosotros, y la cercana visión de enormes grietas y seracs que nos ponen en el sitio que nos corresponde frente a la naturaleza.
El camino lo es todo
Es curioso cómo el mismo paisaje es visto de distinta forma en función del camino que transitamos. Y es curioso como el cerebro nos engaña en sus valoraciones después de haberse habituado a las vistas. Son dos reflexiones que vivieron a nuestras cabezas cuando recorrimos las últimas etapas del trekking, que coincidían con las primeras del trekking de los Annapurnas. El progreso también avanza irremediablemente por los valles e itinerarios de Nepal, y el Tour de los Annapurnas es un buen reflejo de ello, sobre todo cuando lo puedes contrastar con el trekking del Manaslu. Después de haber recorrido interminables morrenas glaciares, haber dormido frente a colosos de hielo, o perder la respiración en aldeas a los pies de enormes glaciares… parece como que los mismos paisajes que te maravillaban los primeros días de viaje, ya no son tan espectaculares… ¡y sin embargo lo son! Sigues caminando entre afilados riscos, atravesando excitantes puentes colgantes sobre poderosos ríos que harían las delicias de cualquier kayakista (¡de clase 5 ó 6!), caminando entre poblados anclados en tiempos remotos, pasando por bonitos monasterios con coloridas banderas… pero eso sí, el camino ha cambiado: hay tiendas, hoteles, casas de té… ¡e incluso pasan algunas motos y coches! La mejora de los caminos y las comunicaciones es la forma con la que el progreso más se manifiesta en cualquier lugar del mundo. Para bien de sus habitantes (o no), y para mal de los turistas que prefieran la autenticidad de los valles recorridos por pequeños senderos y de los pueblos a los que no llega la electricidad.
Mejor bien acompañado
Nunca había viajado en grupo. Y mucho menos de la mano de una agencia. Era uno de esos viajeros que consideraba que viajar en grupo con un viaje organizado era menos “auténtico” que hacerlo por cuenta propia. Por lo tanto, tenía mis dudas sobre el resultado de un viaje a un destino tan especial en compañía de desconocidos y sin margen de maniobra individual. Ya de vuelta, creo que la experiencia me ha hecho desprenderme de varios prejuicios. El primero, viajar con una agencia te permite el lujo de poder despreocuparte de muchos preparativos y gestiones durante el viaje: los permisos de trekking, los campamentos, las comidas… un detalle que permite disfrutar de lo más importante, del camino. El segundo: cuando viajas en grupo, lo normal es que tus compañeros compartan muchas más inquietudes contigo de las que presupones. Al fin y al cabo a un viaje de este tipo seguro que los que lo hacen son amantes de las montañas y del trekking, y eso ya es un punto en común tan bueno e importante, que a lo largo de unas cuantas jornadas de camino, comidas, acampadas y cervezas en común, seguro que además de compañeros, vuelves con amigos. Sé que probablemente me haya dejado muchas cosas importantes en el tintero. Y probablemente algunas de las que haya contado no os importen demasiado. Tan sólo espero haberos despertado el gusanillo que muchos tenéis dentro, y deis el paso para embarcaros en uno de los viajes más bonitos y emotivos que cualquier montañero puede hacer: el Himalaya. Y como me dijo la directora de Oxígeno antes de partir: “disfruta todo lo que puedas, que es uno de esos viajes que se hace una vez en la vida. O no…” Namaste.
Guía práctica
CON QUIÉN IR
Kora Trek es una agencia especializada en viajes de aventura y expediciones. Organizan y asesoran sobre trekkings y ascensiones en Asia, América, África y Europa. Además de ofrecer programas de viajes de calidad, ayudan a confeccionar vuestro itinerarios, así como asesorar sobre las mejores fechas y adecuar el viaje o expedición a los gustos de cada cliente. Un trato profesional no exento de contagioso entusiasmo que hace que viajar con ellos sea una experiencia 100% recomendable.
kora@koratrek.com
www.koratrek.com
CUÁNDO IR
La mejor época para hacer el trekking del Manaslu es el mes de octubre, aunque también puede ser realizado en abril. En cualquier caso comprar el billete de avión con bastante anterioridad nos permite conexiones más cómodas ¡y un precio más económico!
GUÍAS DE VIAJE
Manaslu. A trekkers Guide. Kev Reynolds
Nepal Trekking and the Great Himalaya Trail. Robin Bowstead.